Más de cuatro millones de personas en Honduras se vieron afectadas por las tormentas tropicales que provocaron inundaciones masivas y deslizamientos de tierra.
Christian Jepsen, Aljazeera – A más de un mes después de que dos huracanes causaran estragos en Honduras, cientos de miles de personas desplazadas por inundaciones masivas y deslizamientos de tierra todavía luchan por hacer frente a esta situación, sobreviviendo con poca o ninguna ayuda externa.
Pero los residentes mencionan que es el fuerte sentido de solidaridad una de las pocas cosas que permite que las familias desplazadas –que ahora viven en campamentos improvisados y refugios comunales superpoblados– continúen.
Las comunidades se unieron para superar a Eta e Iota, tormentas que azotaron Centroamérica en noviembre, y ahora, juntos están intentando limpiar y reconstruir sus hogares afectados.
A pocos kilómetros de la ciudad de La Lima –una de las zonas más afectadas de Honduras– Fredy Alexis Morataya Vásquez, de 25 años, dijo que no creyó que pudiera sobrevivir a las dramáticas inundaciones que casi sumergen su barrio.
“No pensé que sobreviviríamos, pero la experiencia más hermosa durante esto fue que nuestra comunidad se apoyó a sí misma, nos rescatamos unos a otros”, dijo Morataya Vásquez.
“Gracias a Dios tenemos guerreros que salvaron vidas. Sobrevivimos porque estamos juntos y nos ayudamos unos a otros. Este momento no es para pelearnos entre nosotros, sino para unirnos más como comunidad”.
Las tormentas exacerbaron una crisis humanitaria existente en la región.
En abril de 2020, Naciones Unidas informó que 5,2 millones de personas necesitaban asistencia humanitaria en Honduras, El Salvador y Guatemala debido a años de violencia crónica y extrema, desplazamiento, inseguridad alimentaria y los efectos adversos del cambio climático.
Los aislamientos por COVID-19 han paralizado la economía local y el sistema de salud en Centroamérica y en las redes sociales se están organizando nuevas caravanas de migrantes con destino a Norteamérica, ya que muchas personas no ven otra opción más que huir.
La ONU estimó a mediados de diciembre solo en Honduras, más de 85.000 casas resultaron dañadas y 6.000 quedaron completamente destruidas como resultado de las tormentas.
Familias desplazadas acampan junto a la carretera entre SanPedro Sula y La Lima. A la derecha, muchas de sus casas y tierras permanecen inundadas varias semanas después de la tormenta.
“Éramos un grupo de ocho personas que nos quedamos en lo alto de un techo durante tres días, incluidos dos niños pequeños, de dos y seis años. No tuvimos agua o ninguna otra cosa durante tres días” dijo Fredy Alexis Morataya Vásquez, de 25 años.
La familia propietaria de esta casa no espera que sea apta para vivir en ella después de que inundaciones de barro pegajoso y maloliente cubrieran todo el lugar durante días.
“El agua [de la inundación] llegó a un metro (tres pies) por encima del techo de mi casa. Fuimos al centro comunitario de nuestro barrio, donde no esperábamos que nos llegara la inundación. Pero a las 5 de la mañana llegó el agua, así que tuvimos que salir también de ese lugar”, dijo Obdulio, de 70 años.
La escuela Alta Gracia Sánchez en San Pedro Sula se ha transformado en un refugio para casi 300 personas afectadas por las inundaciones que siguieron a las tormentas Eta e Iota. En Honduras, 95.000 personas se encuentran actualmente alojadas en escuelas y centros comunitarios.
Los refugios comunales en las escuelas suelen estar superpoblados. Hasta 15 personas duermen en cada salón de clases sin una distancia segura para prevenir la posible propagación del COVID-19.
Dos hombres tienen una conversación tranquila en la escuela Alta Gracia Sánchez, donde ahora viven después de que sus hogares se inundaron durante las tormentas tropicales Eta e Iota.
Las agencias humanitarias distribuyen kits de higiene con máscaras protectoras y desinfectantes a las familias desplazadas que viven en los refugios comunales que se establecieron después de las tormentas Eta e Iota.
Una familia pasa por procedimientos de lavado de manos para contrarrestar la posible propagación del COVID-19 en la escuela en la que se hospedan, luego de que las inundaciones arruinaran su casa. Las agencias de ayuda también están instalando particiones para tratar de reducir el riesgo de COVID-19 en las aulas compartidas por varias familias.
Después de las inundaciones, las familias desplazadas han construido refugios improvisados de plástico, cuerdas y palos a lo largo de la carretera entre San Pedro y La Lima.
“El ruido de los coches que pasan es constante. Al principio no pudimos dormir, pero nos hemos acostumbrado al ruido”, dijo Dina Ester Corea López, de 18 años, que se queda en su pequeña carpa con su hija de 18 meses, Alexandra.
Después de que las tormentas tropicales destruyeron su casa, Marlon, de 31 años, ahora vive con su esposa e hija en un refugio improvisado junto a una estación de combustible.
En muchos lugares, las familias están trabajando juntas para limpiar sus casas una por una.
Muchas de las calles de la ciudad de La Lima aún no fueron despejadas más de un mes después de que las tormentas tropicales azotaran Honduras.
Un automóvil volcado por deslizamientos de tierra en el pueblo de Cruz de Valencia, donde los residentes dicen que muchas personas fueron arrastradas por las inundaciones y tuvieron que agarrarse de los árboles para salvarse de ahogarse.
Fotografías de Christian Jepsen / NRC