Ángela trabajó con jóvenes en su comunidad durante 14 años hasta que, una noche, hombres armados entraron a su casa. “Querían que les entregara a todos los jóvenes de mi grupo para llevarlos a la guerra”, dice Ángela.
Ella y su esposo se negaron.
Los hombres armados les dieron dos opciones: huir o morir.
Un territorio en guerra
“Vengo de una zona violenta, donde se escucha constantemente gritos de ‘no me maten'”, explica Ángela.
Ella es de una zona costera donde las personas viven en palafitos (casas construidas sobre pilares de madera sobre el agua). Aquí, se construyeron las primeras casas donde grupos armados torturan, matan, desmiembran y “desaparecen” a sus víctimas.
“Arrojan los cuerpos al agua debajo de las casas. Si ves un cadáver flotando bajo tu casa, no puedes decir nada”, dice Ángela.
Además, los grupos armados crearon “fronteras invisibles”: divisiones imaginarias donde ejercen control sobre un vecindario o un lugar específico. Las personas no pueden moverse libremente y sus vidas están en peligro si cruzan estas fronteras invisibles sin permiso.
Minutos para huir
Ángela y su esposo huyeron una madrugada bajo la lluvia con sus tres hijas pequeñas. Tomaron un taxi y se escondieron en un vecindario lejos de su hogar, pero aún cerca de la violencia: “Sales de una zona de violencia para refugiarte en otra zona de violencia”, explica Ángela.
Al día siguiente, cuando salió el sol, huyeron de su comunidad y nunca regresaron. Dejaron casi todo atrás.
“Salir de mi territorio es como un aborto, es como sacar al bebé del vientre de su madre. Porque me sacaron de mi tierra a un lugar que no conozco”, explica.
Un viaje en busca de protección
Ángela tuvo que dejar casi todo atrás y se vio obligada a huir de su país para proteger su vida y la de su familia. Según el Instituto de Estudios para el Desarrollo y la Paz en Colombia, desde la firma del Acuerdo de Paz hasta abril de 2023, aproximadamente un líder comunitario ha sido asesinado cada tres días en el país.
Cuando llegaron a Ecuador, un amigo de su esposo los recibió.
“Gracias a él, no tuvimos que dormir en la calle. Nos acogió y nos alimentó durante varios días”, recuerda.
Ángela, su esposo y sus tres hijas empezaron sus vidas de cero en Ecuador, luego de ser víctimas del conflicto armado y la violencia en Colombia. Foto: Karen Dávila/NRC.
Después de unos meses, Ángela y su esposo comenzaron a reconstruir sus vidas desde cero, vendiendo jugo de coco en la calle. Pero según Ángela, esto es solo el comienzo: “me gustaría tener un restaurante y vender artesanías hechas de cáscaras de coco”.
Ella y su familia recibieron asistencia financiera y alimentaria del Consejo Noruego para los Refugiados (NRC), además de acceso a información, orientación y asistencia legal.
Hoy forman parte de los más de 74,000 personas colombianas reconocidas como refugiadas en Ecuador. Hasta diciembre de 2022, más de 198,000 personas de nacionalidad colombiana solicitaron el estatus de refugiado en Ecuador, país que actualmente brinda asilo al mayor número de personas refugiadas colombianas en el mundo.
Para Ángela, ser reconocida como refugiada es significativo y abre muchas puertas: “’Me ha permitido iniciar un negocio, abrir una cuenta bancaria y solicitar un préstamo”, dice.
Ángela y su familia recibieron asistencia de NRC, y ahora son reconocidos como refugiados en Ecuador. Foto: Karen Dávila/NRC
La Colombia de sus sueños
“A veces quisiera regresar a Colombia, pero no quiero arriesgarme a dejar a mis hijas sin madre ni padre”, dice Ángela. Ella desea seguir trabajando mano a mano con su comunidad, dando charlas sobre igualdad de derechos y prevención de violencia de género hacia las mujeres, como solía hacer antes de ser forzada a huir.
Ángela cree que, para lograr una cultura de paz en su país, debe haber un cambio fundamental, comenzando por los niños: “Toda la violencia en Colombia está amenazando nuestra cultura, y nuestros niños están creciendo sin el entorno seguro que merecen”, lamenta.
Ella continúa persiguiendo su pasión desde su hogar en Ecuador, enseñando a sus hijas que pueden trabajar por su comunidad en el país que les acoge. También les recuerda que, aunque están lejos de casa, siempre deben llevar a su territorio en sus corazones porque, algún día, cuando crezcan, podrán regresar a Colombia y cumplir sus sueños.”