Doris tenía apenas 8 años cuando actores del conflicto armado desaparecieron a su madre. Ella era profesora en la zona rural. Desde entonces ha dedicado su vida buscar el bienestar de su comunidad.
Hombres armados llegaron a la escuela y obligaron a la mamá de Doris a irse con ellos.
“De eso ya pasaron más de 35 años y nadie sabe qué le sucedió” dice Doris.
Lo único que recuerda es que ella duró encerrada bajo llave y sola con sus hermanos durante quince días. Durante esas dos semanas, también recibieron la noticia de que uno de sus hermanos mayores había sido asesinado.
Con ayuda de un familiar, huyeron de su casa y abandonaron su pueblo. Se desplazaron sin volver a saber de su madre.
Estas experiencias marcaron la vida de Doris que ahora está decidida a generar un cambio en la vida de familias que fueron víctimas como ella “me gusta ayudar a las personas y que trabajemos como comunidad”, cuenta.
Mujer resiliente
Doris tiene dos hijas adultas y vive con su esposo en una pequeña ciudad que puede alcanzar hasta los 30°C de temperatura. Camina despacio, pero firme, usa sandalias, habla poco y asegura que su ejercicio de liderazgo le ha dado mayor confianza para promover cambios.
Ella está siempre dispuesta a trabajar duro, atender la llamada de sus vecinos y buscar soluciones para que su comunidad tenga acceso al agua y viva en un entorno más limpio.
Doris considera que su comunidad es una ampliación de su familia “es como si tuviera 350 hijos e hijas de todas las edades. Es más, tengo muchos esposos que son los abuelitos” dice, pues su mayor preocupación las personas adultas mayores y los niños y niñas con discapacidad.
La comunidad de Doris está en la zona urbana de uno los municipios donde la violencia y el conflicto armado continúan en el país. Allí el temor en la población civil todavía es latente. “Hace poco hubo un enfrentamiento, la población nos dijo que había durado media hora y que las balas casi alcanzan a un señor y un niño de esa comunidad” cuenta Doris.
“Yo sé que hay riesgos, pero en mi caso el liderazgo no es estar a cargo. A mí lo que me gusta es trabajar para mejorar la calidad de vida de mi comunidad” dice Doris.
Doris prefiere generar pequeños, pero profundos cambios esta vez a través de un proyecto en el que trabaja con 20 mujeres de la comunidad para hacer su propio huerto de hortalizas caseras. Un emprendimiento urbano que espera les traiga bienestar a las familias.
Aprender para transformar
Doris es una participante en el grupo de mujeres y hombres que han fortalecido sus conocimientos en derechos, prevención de violencia basada en género y rutas de protección a través de las formaciones financiadas por la Unión Europea y desarrolladas por el Consejo Noruego para Refugiados (NRC).
“No me he perdido ni una capacitación. Ahora tengo conocimientos sobre nuestros derechos como víctimas y cuando las personas tocan a mi puerta ya tengo la capacidad para decirles qué deben exigirle al gobierno”. Doris ha aprendido en los talleres que el Gobierno debe cumplir sus obligaciones con las víctimas.
A pleno medio día, Doris se suma a otras tres mujeres de distintos barrios en el salón comunal que ella y su comunidad han mejorado. Con un parlante a modo de micrófono explica todo lo que aprendió en las formaciones.
Para Doris, estos conocimientos también deben ser compartidos con todas las personas de su comunidad. Se siente orgullosa al replicar lo aprendido.
El cambio es la meta
Contribuir a su comunidad es una tarea que Doris realiza de manera voluntaria, dedica gran parte de su tiempo a mediar conflictos entre su comunidad y a trabajar juntos para mejorar la vida de las familias. “Cuando suena mi celular, salgo corriendo” dice Doris que, sin importar la hora, está siempre dispuesta a ayudar.
Para ella, su mayor legado es el cambio que pueda realizar.
“Yo quiero que mi comunidad vea las mejoras que logremos y digan: por aquí pasó Doris. Porque nosotros somos la semilla y estamos sembrando el cambio”.