Atrapados en sus propios hogares

Dora alista su maleta para ir a la escuela y solo espera escuchar el sonido de la campana que indica el inicio de sus clases. Pero la campana no suena. Después de unos minutos, Dora se quita el bolso de su espalda. Sabe que ese día tendrá que quedarse en casa y no podrá asistir clases.
En algunas partes del mundo el sonido de una campana anuncia el inicio de clases. Para la comunidad indígena de Dora, cuando la campana no suena significa que la escuela no es segura debido al conflicto armado.
El silencio es una señal de alerta.

“Los grupos armados llegan a la comunidad, abren a la fuerza la puerta de la escuela y entran a dormir. Ellos viven permanentemente en la escuela y se hacen dueños de ella”, dice Orlando*, un miembro de la comunidad. Dice que la educación se detiene durante días o semanas cuando llegan los actores armados.
En medio de la selva, en el occidente de Colombia, las comunidades indígenas han vivido durante años en la sombra del conflicto armado. En los últimos meses, las personas locales nos han dicho que grupos armados no estatales han estado presentes en sus comunidades, restringiendo su movilidad y utilizando las escuelas para dormir.
las niñas y niños no pueden estudiar y la escuela se ha convertido en un privilegio al que difícilmente pueden acceder con regularidad.

Atrapados en su propio territorio
“Nuestra comunidad está rodeada de grupos armados. La gente tiene miedo, no van al monte [a sus cultivos], ni de cacería, ni al río a pescar. Estamos todos los días en la casa, sin salir de la comunidad” cuenta Flavio, otro miembro de la comunidad.
Las actividades diarias en estas comunidades han cambiado con la agricultura, la pesca y la caza restringidas. Las personas no pueden conseguir alimentos con facilidad por el temor de encontrarse con los actores armados. La utilización de minas antipersonal en los camino y los cultivos es cada vez más preocupante.
“Todos los días uno no puede salir al monte. Si uno va, tiene que salir corriendo y se tiene que regresar corriendo, porque si [los grupos armados] te encuentran, ellos te dicen: ¿usted para dónde va? ¿qué va a hacer? Se regresa para la casa”.

El miedo navega por el río
Para las comunidades indígenas que viven a la orilla del río, el agua es vida. Pero ahora es sinónimo de miedo e incertidumbre. La gente no puede pescar, navegar, bañarse o incluso lavar la ropa en el río debido a las restricciones impuestas por los grupos armados.
“Todo es un riesgo… No estamos libres, no estamos tranquilos”, dice otro miembro de la comunidad.

La población queda atrapada en medio del conflicto
Además de las restricciones a su movilidad, las comunidades expresan sus preocupaciones por el riesgo al que se enfrentan las mujeres en el territorio.
“Para las mujeres ya no es como antes. Las mujeres eran las que conseguían el plátano y la leña en el monte, pero ahora ya no hacen eso, porque son las que más corren riesgo. Qué tal si las encuentran por allá [los actores armados] las violan, las intimidan, entonces por todo eso las mujeres se están encerrando en la casa” expresa Criselina.
La incertidumbre y el miedo en las comunidades indígenas se ha convertido en su diario vivir. Han sufrido el conflicto durante años y temen que el panorama durante los próximos años no vaya a mejorar.
“Yo pienso que el conflicto se va a aumentar más, porque hace dos años la presencia de esa gente era muy poca, pero hoy llegan más y la presencia es continua” dice con preocupación Orlando.