Ese día del 2022, de acuerdo con la comunidad al menos una decena de personas de la comunidad fueron asesinadas, entre ellas su gobernador indígena.
Quienes sobrevivieron al conflicto armado, tuvieron que huir del territorio. El miedo les contagió.
Yarleth tiene 29 años y camina con tranquilidad y firmeza, lleva un bastón de madera con un colorido tejido en la punta y nos explica “este bastón es señal del respeto y de la autoridad que nos lo entrega la comunidad para cuidarla”.
Ella y su familia tuvieron que huir de su tierra ancestral hace dos años. Permanecieron un año y medio lejos de su hogar, de su lengua y sus costumbres.
“Dejar todas mis cosas, mis animalitos, dejarlo todo, para mí fue muy duro. Vivir allá con otro idioma y sin nuestros cultivos fue difícil”, recuerda Yarleth que vivió con su hija, hijo y esposo desplazados en un municipio cercano.
“Un día normal para nosotros es salir a trabajar en nuestras ‘chagras’ [huertas]. Sembramos yuca, plátano y cacao. Todo lo que comemos lo sembramos nosotros mismos”, nos cuenta Yarleth “pero en ese entonces, ya no podíamos ir a trabajar a la ‘chagra’ por el miedo a que nos mataran o desaparecieran” dice.
Un año y varios meses después de la masacre, unas pocas familias Kichwa —incluida la de Yarleth— decidieron regresar para reconstruir lo que quedaba de su pueblo.
“Nosotros éramos treinta y dos familias. Por el momento estamos aquí solo doce. La mayoría se desplazó. Por lo que sucedió, la gente sintió temor y se fueron”, cuenta Yarleth con melancolía.
Hoy su pueblo intenta recobrar lo que el conflicto armado separó.
Desde el desplazamiento hasta hoy, la comunidad de Yarleth ha buscado mantener viva sus tradiciones, una tarea que no es fácil “hay abuelas que aún hablan la lengua, pero no saben escribirla. En la masacre, murió quien sabía hablarla y escribirla”, cuenta.
“Aquí en el pueblo solo una abuela sabe de medicina tradicional. Le da remedios con hierbas a los niños. También los ‘taitas’ [líderes espirituales] preparan hiervas sanadoras para el dolor de cabeza o para protegernos cuando vamos al monte” explica.
El pueblo Kichwa está dividido en varias comunidades a lo largo del territorio, sin embargo, la mayoría han sufrido el impacto del conflicto armado y a todas las une el espíritu de mantener viva la tradición de su pueblo.
La supervivencia de los pueblos indígenas en Colombia está en riego como consecuencia del conflicto armado. El Estado Colombiano lo ha reconocido. Por eso para Yarleth y otros 39 hombres y mujeres indígenas del pueblo Kichwa han encontrado formas de afrontar el temor y fortalecerse como comunidad con el apoyo de la comunidad internacional.
Su primera decisión fue mejorar sus conocimientos sobre sus derechos como víctimas del conflicto armado para exigirle sus derechos al gobierno, también decidieron mejor la comprensión del territorio para ubicar los lugares seguros o con mayores riesgos e identificaron formas de mantenerse a salvo.
Finalmente, la comunidad también eligió fortalecer al grupo de personas de su comunidad que les protege, denominado ‘la guardia indígena’.
“Como guardia, nosotros tenemos la misión de ser gente de paz, estamos para dar tranquilidad a la comunidad y para dialogar” nos explica Nelly.
Hombres, mujeres y jóvenes conforman este grupo ancestral que tiene la difícil tarea de cuidar de manera pacífica a su comunidad y transmitir los conocimientos para acceder a sus derechos.
“Uno le llega a la gente de la mejor manera, porque la guardia no está armada. Es un grupo pacífico que vela por el bienestar de la comunidad”, explica Juan Carlos.
Cuando estas comunidades decidieron identificar a su guardia pacífica, con chalecos y gorras, encontraron nuevamente el apoyo de la comunidad internacional. Hoy gracias a ese apoyo también cuentan con megáfonos y campanas de alerta que facilita organizar a su comunidad en caso de emergencia.
Juntos han señalizado los lugares seguros en su comunidad.
Con el apoyo de la comunidad internacional se han capacitado en primeros auxilios y comportamientos seguros que previenen accidentes con minas antipersonal, artefactos que son utilizados en Colombia por grupos armados no estatales. También se preparan para prevenir riesgos asociados al conflicto armado y fortalecen sus lazos comunitarios.
“En estos espacios comunitarios he podido ver cómo se conversa y hasta hay risas. Es bonito que a pesar de que estamos separados en el territorio, ahora hay unión” cuenta Yarleth sobre las formaciones de la comunidad internacional, mientras anhela recuperar sus tradiciones.
“Como pueblos hacemos un encuentro de guardias indígenas con ceremonias tradicionales.
Llamamos a otras comunidades como recordatorio, en memoria de lo que pasó”, nos cuenta Yarleth quien explica que esta es una de las formas que han encontrado para resurgir de las cenizas que dejó el conflicto armado en su cultura “todo lo que queremos es la verdad y la reparación de las víctimas de nuestro pueblo”, dice Yarleth.
La ayuda de la comunidad internacional fue brindada por Alianza Amazonía, un consorcio de tres organizaciones humanitarias Acción contra el Hambre (ACH), Médicos del Mundo (MdM) y el Consejo Noruego para Refugiados (NRC), quienes gracias a la financiación de la Unión Europea busca mejorar la salvaguarda y el acceso a los servicios básicos de comunidades afectadas por conflicto armado y crisis humanitarias al sur de Colombia en los departamentos del Putumayo y Amazonas.
De manera integral brindamos asistencia en salud, acceso a derechos, gestión del riesgo y mejoramos el acceso agua y saneamiento para estas comunidades.
Todos nuestros servicios son gratuitos y se implementan sin intermediarios. Bajo ninguna circunstancia el Consejo Noruego para Refugiados (NRC) solicita recursos económicos o favores a cambio de la prestación de sus servicios.
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